Las malas noticias son buenas noticias. Pocas cosas hay que nos satisfagan tanto como la humillación de aquellos a quienes detestamos o admiramos, o a quienes incluso ni tan siquiera conocemos. Devoramos la noticia al igual que un perro lo hace con una chuleta, una fotografía "sin maquillaje" o incluso un nimio cotilleo local.
Nada vende tanto como el fracaso.
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